Hay libros que se escriben desde la urgencia y otros desde la paciencia. El amor que pasa pertenece a los segundos: nace cuando, tras la muerte de su madre, la narradora abre una caja de cartas guardadas durante décadas. En ellas late una historia de amor inesperada —la de Antonio y Claudina— que es, a la vez, retrato de dos familias (una andaluza y otra barcelonesa) y de un país en transformación.
Care Santos convierte esa materia íntima en literatura, con una pregunta que atraviesa cada página: ¿hasta dónde puede contarse lo privado sin traicionarlo? La autora se asoma al límite con una elegancia poco común: selecciona, ordena y comenta un epistolario vasto —más de 800 cartas— para encontrar un pulso narrativo que rehúye la nostalgia fácil y privilegia la verdad emocional.
El fondo histórico no es decorado: la España de los años 50 y 60 —sus viajes en tren, sus rituales domésticos, sus pequeñas censuras— levanta un clima donde el amor tarda, duda, resiste. La novela dialoga con ese contexto sin convertirlo en lección: ilumina lo cotidiano y sus fisuras, muestra cómo el deseo y el deber negocian el precio de la esperanza.
Hay, además, una reflexión metaliteraria: escribir sobre los padres es también escribir sobre el derecho a narrar. Santos, consciente del riesgo, decide contarlo para no perderlo, y en ese gesto nos recuerda que la memoria no solo conserva: transforma.










