Hay novelas que llegan en un momento en el que el mundo parece arder y, aun así, se atreven a hablar de paz. «La novia de la paz», de Rosario Raro, es una de ellas.
Sur de África, 1901. Shayna Orliens desembarca allí huyendo de un escándalo londinense que la ha dejado sin marido, sin reputación y casi sin futuro. La persigue la sombra de una investigación policial y la sensación de haber perdido el control de su propia vida. En ese territorio extraño, entre paisajes inmensos y campos de concentración para civiles, Shayna conoce a un escultor escocés que también arrastra su propio secreto. Nada en su encuentro suena a cuento de hadas: aquí el amor, cuando llega, tiene que aprender a convivir con la culpa, el peligro y la sospecha.
Mientras Shayna intenta recomponerse, una voz atraviesa océanos y trincheras: la de Emily Hobhouse, una activista británica real que decidió plantarse ante su propio imperio para denunciar las atrocidades que se estaban cometiendo en los campos de la guerra anglo-bóer. Sus artículos, sus cartas y su obstinación por contar lo que otros querían silenciar convierten a Emily en algo más que un personaje: es el recordatorio de que, a veces, la paz empieza por alguien que se niega a mirar hacia otro lado.
Rosario Raro entrelaza las vidas de esta mujer anónima que huye y de esta mujer célebre que se queda para luchar, y las hace caminar juntas por escenarios que van del sur de África a Londres, Escocia o la India. La autora no se limita a recrear una época; la atraviesa con preguntas muy actuales: qué hacemos con las segundas oportunidades, qué precio estamos dispuestos a pagar por la dignidad, qué significa realmente «ganar» una guerra. La novia de la paz se sostiene en una idea sencilla y radical a la vez: quizá la mejor venganza no sea el rencor, sino encontrar la manera de ser felices pese a todo.











