Hay héroes que la historia convierte en estatua. Y hay novelas que se atreven a bajarlos del pedestal para devolverles barro, miedo, cálculo… y humanidad. Pelayo, de José Soto Chica, arranca donde empieza la leyenda, pero decide contarla como se viven las cosas de verdad: con hambre, con alianzas incómodas, con enemigos dentro y fuera, y con decisiones que no siempre permiten dormir.

Estamos en 718. Pelayo y los suyos acaban de lograr lo imposible: resistir y vencer en las montañas, al pie de la cueva que la tradición hará sagrada. El problema es que la victoria no trae paz: Asturias se vuelve un reducto molesto para los conquistadores… y también para los “amigos” que preferirían que ese foco de rebeldía no existiera. Ni siquiera Pedro, duque de Cantabria, lo tiene claro: ¿quién es ese Pelayo que de pronto se hace rey?

Y entonces llega el golpe que convierte la gesta en una herida abierta: Favila, el hijo de Pelayo, cae en manos de Addi, explorador y depredador que sabe perfectamente cuánto puede valer ese niño. A la vez, Marina, atrapada en un matrimonio con el emir Munuza, se mueve entre odio, ambición y ajuste de cuentas familiar: Pelayo es su hermano… y ella no piensa detenerse.

La novela juega a dos bandas: la resistencia en la montaña y, en paralelo, el tablero grande. Porque mientras Pelayo pelea, en Damasco el califa calcula si retirarse o insistir, y la historia del «rebelde» empieza a llamar la atención de Constantinopla y del reino de los francos. Aquí hay batallas, sí, pero también intrigas internacionales, pasiones y amores tan duros como el paisaje que protege a los astures.

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