Helena Citrónová y Franz Wunsch
Helena Citrónová y Franz Wunsch

Los campos de concentración que se desplegaron por toda Europa durante la II Guerra Mundial son sin lugar a dudas una de las obras más crueles y perversas del ser humano. Gigantescos recintos insalubres destinados únicamente al sufrimiento y, posteriormente, a la ejecución sistemática de seres humanos. Algunos, una minoría, corrieron mejor suerte y lograron sobrevivir. Mónica G. Álvarez ha tenido la oportunidad de entrevistar personalmente a algunos de estos supervivientes, para conocer sus historias de primera mano. El objetivo era encontrar algo de luz, conocer qué era lo que les hacía seguir y levantarse cada mañana. Así, se embarcó en la búsqueda de historias de amor en los campos nazis.

Durante dos años navegó por la red en busca de información, visitó multitud de bibliotecas, leyó cientos de libros, habló con decenas de expertos de todo el mundo y visitó museos sobre el Holocausto, hasta que, por fin, entre todas las experiencias que halló, se topó con siete que le dejaron sin aliento, y que son las que protagonizan este libro.

¿Qué es lo que les empujaba a seguir luchando? Pocos sentimientos son tan universales como el amor, e incluso en las condiciones más extremas, el amor prevalece por encima de todo. Gracias a ello, los protagonistas de estas historias, y de muchas otras más, soportaron vejaciones, hambre y enfermedad; y en muchos casos salvaron sus vidas.

Amor y horror nazi Monica G Alvarez

Amor y horror nazi narra siete historias de amor nacidas en las circunstancias más desfavorables. Amores que traspasaron todas las fronteras y que corrieron muchos riesgos para poder estar con la persona amada. Este libro es también un acercamiento a la realidad atroz que se vivió durante la II Guerra Mundial en los campos de concentración, pues quien no conoce la historia, está condenada a repetirla. Lanza a su vez en mensaje esperanzador, de fe, pues es la prueba fehaciente de que el amor también puede nacer entre las ruinas.

AMORES PROHIBIDOS

«El pecado contra la sangre y la raza es el pecado original de este mundo y el ocaso de una humanidad vencida», decía Adolf Hitler en su Mein Kampf. Durante el Tercer Reich, las relaciones sexuales entre alemanes y judíos estaban completamente prohibidas. Constituían un «crimen racial» y, por tanto, quien se atreviese a perpetrarlo acabaría siendo ejecutado.

Tal fue el veto impuesto que, cuando el 15 de septiembre de 1935 se promulgaron las famosas Leyes de Núremberg, entre ellas se encontraba la «Ley de Protección de la Salud Hereditaria del Pueblo Alemán», que además de revocar la ciudadanía del Reich a los judíos, les negaba la posibilidad de casarse o tener relaciones íntimas con personas de «sangre alemana o afín». De hecho, esa «infamia racial» se convirtió en un delito penal.

La semilla del antisemitismo y del racismo empezó a germinar en los ciudadanos arios, que comenzaron a ver a la población judía como una constante amenaza. Judíos, polacos, eslovacos, gitanos, homosexuales… Fueron apartados de la vida social y pública de las ciudades donde Hitler, imparable, arribaba con su ejército. Sin embargo, las transgresiones se seguían produciendo, aunque en la clandestinidad.

La desobediencia a los preceptos nazis era un continuo entre las filas del propio ejército. Fueron muchos los guardias de las SS que infringieron las normas impuestas por el Estado, sobre todo en los campos de concentración. Porque no solo hubo hambre, enfermedades, palizas, torturas y muerte. También se dieron momentos para la intimidad, y no únicamente entre presos, como se ha explicado en varias ocasiones, sino también entre los carceleros y sus prisioneros. Algunos utilizaron a los confinados como meros objetos con los que satisfacer sus necesidades más básicas: «Los miembros de las SS solían agredir sexualmente a las mujeres judías y luego las asesinaban. Estaban obligados a asesinarlas». En cambio, otros se enamoraron perdidamente, poniendo en peligro su cargo en el KL y su propia vida por salvar la integridad de su ser amado.

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